Bueno, este mini cuento lo escribí hace unos meses, espero les guste:
Dicen que cuando un ángel llora, es por amor. Dicen que sus lágrimas son como gotas de agua bendita, si son bien utilizadas. Bendito sea aquel que las utilice con malas intenciones.
En un gran barrio de Madrid, en el siglo XIX, existía un niño llamado Sebastian. Ese niño era un buen niño, ayudaba a su padre con todo lo que necesitaba y se comportaba bien. En esos tiempos, los niños tenían que trabajar, romperse el lomo por un pedazo de pan. Pero sus padres nunca lo dejaron trabajar para alguien más, porque decían que era especial.
Una noche, luego de cumplir quince años, notó una presencia rara en su espalda, entonces gritó: "¡¿Quien anda ahí!? ¡No le tengo miedo!" Y de atrás de un árbol, salió una mujer con pelo negro y largo, con unas grandes alas obscuras al igual que su vestido de seda. La mujer lloraba, lloraba porque su marido había muerto hace poco. "Llévate mis lágrimas, y úsalas correctamente" La mujer le entregó un cuenco lleno de sus lágrimas, y el las aceptó.
Cuando volvió a casa, no se lo podía creer, se lo contó a sus padres y ellos se largaron a llorar, pues ver a un ángel negro no era de buena suerte. Le dijeron que tirara las lágrimas, o las vendiera, y se quedara encerrado en casa. Sabían que ese momento llegaría, que su hijo iba a ver a un ángel negro. La adivina tenía razón.
El chico les quiso hacer caso, pero al día siguiente, cuando se dispuso a vender las lágrimas, un hombre de aspecto viejo y desgastado le dijo que se quedara con ellas, y se las tomara. El chico le preguntó porque, y le contestó que solo eso podría salvar al ángel negro, y volverlo a un ángel blanco, librarlo del infierno. Sebastian lo dudó, durante semanas, meses, años, décadas, y por fin lo decidió. Su esposa e hijos estaban en casa, él tomó las lágrimas que había dejado escondidas y se las llevó al bosque.
Lo pensó tantas veces, le daba vueltas en la cabeza, durante veinte años no había dormido ni una noche por pensar en eso. Ahí, con sus grandes ojeras, tomó el cuenco, y se las tomó. Tomó las lágrimas de aquel ángel y cayó al suelo. Con sus ojos cerrados y su cuerpo agonizando, pudo escuchar un pequeño susurro: "Gracias por hacer lo correcto", y ahí, en sus pocos momentos de vida, se dio cuenta que otras personas pudieron haber vendido o tirado esas lágrimas, haber echo hechizos malignos, pero él, en cambio, decidió arriesgar su vida y hacer lo correcto. Así se guardó un pequeño lugar en el cielo, sin darse cuenta.
- Stella, 10/05/20